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Por diseñar castillos sin almenas perdí, otra vez, las llaves de mi casa.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Basta.
Llega un momento en el que ya no es posible tragar con todo.
Llega un momento en el que una deja de creer en las buenas intenciones de tanto verlas una y otra vez destrozadas.

Todo es falso.
Todo son apariencias, una fiesta de máscaras para entretener al gran público.
Pero no hay orquesta.
No hay banda...
...ni finales felices.

Y hay quien dice que debo sonreír aunque esté triste.
Eso puede conmigo.
Y eso que se me da bien disimular.
Pero me parece más un acto de hipocresía que de valentía el sonreír por fuera cuando por dentro no hay risas....
...la humedad interior siempre acaba calando a las paredes superficiales.

Todo esto es porque hay mañanas en las que me pregunto que qué le pasó al mundo durante mi sueño.
Y por qué aparecen de repente los que llaman por joder.
O los que sólo llaman cuando se enteran de que estás mejor...
...que suelen ser los mismos que no llamaron cuando estabas peor.

Y es que el mundo da vueltas y yo....
...ya estoy mareada.

Y están, por supuesto,
los que no llaman.

No hay nada peor que un grito de auxilio silenciado justamente por quien debía recibirlo...
(bueno, sí lo hay... que el grito de auxilio ignorado, lo haya ignorado precisamente él).

Aprendida la lección.
No volveré a disimular.
No silenciaré ni le pondré máscaras a su egoísmo.
No defenderé lo indefendible.

Perdimos ambos, aunque el sordo (y ciego) aún no sea consciente.

(La verdadera familia va disminuyendo)
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