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Por diseñar castillos sin almenas perdí, otra vez, las llaves de mi casa.

lunes, 25 de agosto de 2014

Sentado desde su banco me llamó.
Nadie supo nunca su nombre pese a que todos en el barrio lo conocían.
Aquel hombre viejo, con su pelo cano y sus gafas pequeñas me llamó con su voz arrugada, mientras me acercaba sacaba de su bolsillo un paquete de papel marrón, atado con una cuerda ajada;

-Esto es para ti- me dijo.
-¿Para mí?
-Toma, te gustará. Lo sé.

Sorprendida tomé el paquete que sus arrugadas manos me tendían.
La cuerda se soltó con facilidad, el papel casi se deshace en mis manos...
Unas tijeras, lo que encontré fueron unas tijeras de acero inoxidable, totalmente normales, un poco más pesadas, quizá. Las asas estaban cubiertas con un paño que en su día hubo de ser blanco, en mis manos ya gris, completamente raído.
Intenté darle las gracias desde mi sorpresa y mi ignorancia.

-Son especiales- me dijo. -Estas tijeras son el mejor regalo que nadie nunca podrá hacerte. Estas tijeras sirven para cortar el tiempo, para cortar espacios... Trátalas con cuidado, úsalas con juicio.

Y de repente, pasaste tú por allí. Mis nervios hicieron que mi regalo acabara por los suelos. Partida en dos, la tijera. De los ojos arrugados del hombre que nunca conocí brotaron lágrimas...

Todavía no hemos encontrado el pegamento...

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