...

Por diseñar castillos sin almenas perdí, otra vez, las llaves de mi casa.

jueves, 27 de febrero de 2014

Odio

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el locutor deportivo
de la radio del vecino
esos domingos por la tarde.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el macaco de uniforme
que sentencia -arma
al cinto- que el semáforo
no estaba en ámbar, sino en rojo.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el cívico paleto
vestido de payaso
que te dice
que no se permiten perros
en el parque.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con la gente que choca contigo
por la calle
cuando vas cargado
con las bolsas de la compra
o un bidón de queroseno
para una estufa
que en cualquier caso
no funciona.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con los automovilistas
cuando pisas un paso de peatones
y aceleran.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el neandertal en cuyas manos
alguien a puesto
ese taladro de percusión.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
cuando le dejas un libro a alguien
y te lo devuelve en edición fascicular.

El odio es una edición crítica
de Góngora.

El odio son las campanas
de la iglesia
en mañanas de resaca.

El odio es la familia.

El odio es un cajero
que se niega a darte más billetes
por imposibilidad transitoria
de comunicación con la central.

El odio es una abogada
de oficio
aliándose con el representante
de la ley
a las ocho de la mañana
en una comisaría
mientras sufres un ataque
de hipotermia.

El odio es una úlcera
en un atasco.

El odio son las palomitas
en el cine.

El odio es un cenincero
atestado de cáscaras de pipa.

El odio es un teléfono.

El odio es preguntar por un teléfono
y que te digan que no hay.

El odio es una visita
no solicitada.

El odio es un flautista
aficionado.

El odio
en estado puro
es rotractivo
personal
e intransferible.

El odio es que un estúpido
no entienda
tu incomprensión,
tu estupidez.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con este poema
si tu pluma
valiera
su pistola.

              (Roger Wolfe)

"Me faltan algunos odios todavía. Estoy seguro de que existen." (Céline)




miércoles, 19 de febrero de 2014

Fue un día raro.
Y no fue hoy.
Me levanté con fiebre.
El ascensor vino a buscarme sin que lo llamara.
Un anciano me regaló una estampita curativa (aún por comprobar).
Mi moto perdía aceite mientras se me cruzaba un gato negro.
Al teléfono de ese que tiene mi misma sangre contestó su "compañera",
pero no fuí yo quien llamé.
Una rubia me dijo que tenía un piso en alquiler para el de la compañera desconocida.
Uno que no conocía de nada me quiso contratar.
La fiebre bajó.
Entré en calor.
A la hora de cerrar oí ruidos fuera.
Me puse nerviosa.
Guardé el teléfono y el dinero en la chaqueta (por si acaso).
Seguí oyendo ruidos.
Levanté la persiana para salir.
Por una vez no se atascó.
Un par de biciletas.
Un carro (de los de bebés).
Cajas de naranjas vacías.
Trozos de madera.
Algo más irreconocible.
Todo esparcido en la acera.
Justo delante de la persiana.
Un señor apoyado en la farola
diciendo que eso no era suyo.
Pregunté (conocía al señor).
Nada.
Última vuelta a la cerradura.
Me dejé las llaves de la moto dentro.
Vuelvo a entrar.
Llamo a mi jefe.
Cojo las llaves.
Vuelvo a cerrar.
El señor me da las buenas noches.
Luego dice que no se arrepiente.
Me toca dar la vuelta.
Hay obstáculos que me impiden seguir recto.
Y otra vez el frio.

En días así me siento normal.