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Por diseñar castillos sin almenas perdí, otra vez, las llaves de mi casa.

lunes, 10 de abril de 2017

Un día,
cansada de ser huérfana de patria y escribir cartas sin remitente,
discutirás acaloradamente con la vida.
Le preguntarás porqué se empeña en cambiar tus planes.
Amenazarás con abandonar este país de cenizas,
con dejar atrás un pasado de grietas en el techo,
de lluvia contenida,
de ideas estériles para soluciones asépticas.

Pensarás en arrancarte las balas del desencanto.
Cambiarte de piel en las gasolineras.
Huirás a un lugar cuyo nombre
encontrarás en un poema,
con aliento de mar salpicando tus retinas.
Y mientras recorras la orilla desdichada de la noche,
la luna,
testigo de suicidas,
guiará tu viaje.

Y cuando al fin creas haber conseguido trazar
con el bolígrafo destintado que siempre llevas a mano
algo parecido a un plan:
esa especie de idea promiscua de libertad que llevas dentro,
esos ideales que él nunca entendió,
estarás amarrada a una especie de hipoteca,
y serás aspirante a mileurista,
y cambiarás de piso por deshacerte de la grieta;
cuando al bolígrafo se le acabe la tinta
y lo cambies por un lapicero para poder borrar.
Y dejarás de soñar en la ventana del salón de tus padres,
cuando te quedes sola...
y su casa sea para ti.

(Hace tiempo que decidí que no será mi morada)

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